El auge de las escuelas de gestión social
Ya son 40 los bachilleratos populares donde estudian más de 2000 alumnos
Publicado el 27 de Diciembre de 2010Gustavo Sarmiento
Impulsadas por movimientos sociales, organizaciones barriales, cooperativas y fábricas recuperadas, proponen un proceso de aprendizaje colectivo donde las decisiones son tomadas en asambleas por docentes y alumnos.
A partir de 2011, funcionarán en la Capital Federal y el Conurbano unos 40 bachilleratos populares que nuclean a más de 2000 alumnos y alrededor de 250 profesores. Hasta el momento, los ministerios de Educación porteño y bonaerense reconocen oficialmente 27 del total de experiencias educativas: 15 en la Ciudad y 12 en provincia. El último en ser oficializado fue el Bachillerato de Roca Negra, en Lanús, poco antes del egreso de la primera camada de “alumnos populares”, el pasado 4 de diciembre.
Si bien nacieron a principios del siglo XX, de la mano de la inmigración masiva y la organización creciente del movimiento obrero –cuyas experiencias fueron retomadas por el primer peronismo– los bachilleratos populares siguen siendo una experiencia inédita.
El movimiento se hizo fuerte a raíz de la crisis de finales de los ’90 y principios de esta década, y explotó en los últimos cuatro años, con el surgimiento de más de 30 establecimientos sólo en Capital y el Conurbano. La educación se entrecruza –y convive– con lo laboral y lo social, promoviendo un fuerte arraigo territorial. Más que como alumnos o docentes, quienes asisten a estas escuelas se definen como militantes. Funcionan en empresas recuperadas por sus trabajadores, organizaciones barriales, movimientos sociales o cooperativas bajo la modalidad de “escuelas populares, públicas y gratuitas en y desde los movimientos sociales”. En provincias rurales, los bachilleratos populares suelen desarrollarse en sedes agrícolas o escuelas campesinas.
“Nacen por la necesidad de los vecinos de terminar los estudios, porque no pudieron hacerlo en la escuela formal, ya sea porque repitieron muchas veces, en el caso de los jóvenes, y entre los adultos porque hace años que no estudian. A todos ellos, la escuela termina expulsándolos”, señaló Carina López Monja, docente del Frente Darío Santillán.
Las primeras fábricas recuperadas en impulsar un bachillerato popular fueron las de IMPA (Industria Metalúrgica y Plástica Argentina), donde hoy asisten 200 personas, la Maderera Córdoba y Gráfica Chilavert.
Transcurridos más de tres años desde su formación, las reivindicaciones siguen siendo las mismas: salarios docentes y becas para los estudiantes, partidas presupuestarias para infraestructura y reconocimiento oficial.
La Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha reclama el reconocimiento de las experiencias educativas que se desarrollan en el Conurbano, tales los casos de las escuelas populares Simón Rodríguez, Raíces, Los Troncos y Proyecto Uno, en Tigre; 19 de Diciembre, La Esperanza y 1º de Mayo, en San Martín; El Cañón y El Galpón, en el partido de Moreno. Y también en el interior de la provincia, como Barrio El Martillo (Mar del Plata), Bartolina Sisa (La Plata), Carlos Fuentealba (Luján), Arbolito (Villa Domínico) y Ñanderogá (Vicente López), entre otras.
En la Ley de Educación votada en 2006, los bachilleratos populares lograron ser reconocidos como Escuelas de Gestión Social. Jaime Perczyk, jefe de Gabinete de la cartera educativa nacional, destacó que la norma “pone en valor y hace visible este tipo de educación, en un momento en que la organización popular y social es valorada por el Estado. Toda experiencia de gestión social hace a la sociedad más democrática.”
Una de las diferencias más importantes respecto a la educación formal –sea pública o privada– ocurre en el ámbito pedagógico. “Reivindicamos el trabajo en parejas pedagógicas, que no haya un solo docente al frente del aula, que permita hacer un seguimiento cotidiano con los estudiantes, un proceso de aprendizaje más colectivo”, indicó López Monja, y agregó: “Las clases no son expositivas, para aprender de memoria, sino fundamentalmente con espíritu crítico; y los planes de estudio se arman con los estudiantes.”
Las especializaciones para los bachilleratos populares tienden a focalizarse en la organización comunitaria y los oficios. En el del Frente Darío Santillán existen talleres de panadería, caligrafía, culturales y de idioma, orientados a otorgar herramientas para mejores salidas laborales. Además, crearon una cooperativa de limpieza con los estudiantes de 3º año, que fabrican productos que luego venden en la feria de San Telmo. En cuanto a los talleres de comunicación, realizaron radioteatros, videos y una radio abierta.
Según López Monja, “un problema histórico es el de la infraestructura”. Actualmente, los bachilleratos populares porteños no reciben ningún tipo de subsidio de parte de la Ciudad, que tampoco abona los sueldos a los docentes y otorga becas a muy pocos alumnos. Son los mismos movimientos sociales los que se ocupan de financiar las escuelas e incorporar material didáctico. “Llevamos tres años pidiendo que el Estado se haga cargo de sostener el edificio y brindar materiales. Mientras Macri aumenta los subsidios a las escuelas privadas, a nosotros ni siquiera nos dan pizarrones”, afirmó la docente.
En términos organizativos, plantean un bachillerato diagramado colectivamente donde no existe la figura clásica del director, y los temas (desde la financiación hasta la resolución de conflictos o los horarios de los recreos) se debaten en asambleas, con estudiantes y profesores mezclados. “Los bachilleratos generan nuevos espacios de construcción de ciudadanía, con instancias de deliberación colectiva que dan voz a actores invisibilizados”, consideró Nora Gluz, especialista en Pedagogía Social. Y agregó: “Cuestionan la matriz liberal de la escuela formal, con su lógica individualista, luchando por una construcción pública colectiva y horizontal.” <
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