En línea con lo antedicho, o quizás será mejor decir “anteriormente publicado”, vuelvo sobre los contextos y las situaciones de la escritura. No sólo lo que nos pasa ante estas aparentes situaciones de publicación compulsiva que asume la forma de blogs, creo que se nota también en las líneas que uno puede identificar en los formatos propios y las dimensiones que toman según quién escribe y para qué. Hay que siempre tener presente el riesgo del narcisismo y no caer en la banalidad inmanente en el uso de las llamadas “TIC” (Tecnologías de
la Información y
la Comunicación). Pero es significativo cómo en el eventual mapa de medios tradicionales restringido (con una Ley 26.522, de Servicios de Comunicación Audiovisual, aún trabada judicialmente y limitada en su modificación de la estructura de propiedad de los medios actuales) produce escrituras parásitas, escrituras a veces livianamente tildadas de alternativas, pero que van desde el graffiti o un volante rudimentariamente escrito y fotocopiado hasta la organización de agencias de noticias por Internet, canales de televisión comunitarios o de parte de organizaciones sociales, listas de correo temáticas y un sinfín de otras expresiones que esta capacidad multiplicadora de los mensajes virtuales ofrece.
El riesgo es, como siempre, creer que esto por sí mismo alcanza. Supongo que no es el caso de los múltiples emprendimientos de tipo colectivo que aparecen, pero sí puede serlo en el caso de las voces individuales.
No alcanza, insisto, con “tirar” nuevos mensajes alternativos a la red (entendiendo esta última como soporte y como metáfora). Seguimos siendo cuerpos en territorios materiales y debemos pensar las redes sociales, los espacios de circulación de mensajes como lo que son y no como fines. Entender su lugar cómo trampolín, la posibilidad de convocar, de contar, de compartir eventos, producciones e ideas, que terminen impactando en otros cuerpos reales.
Si esto no lo entendemos a tiempo, la “segunda vida” (parafraseando otro tipo de red social o similar) se vuelve la que subsume nuestra producción de sentidos sobre la “primera”.
Aquella que también es “real”. La que todos los días nos hace cruzar la Plaza Flores sin saber qué carajo hacer para que no exista más ni la remota posibilidad de que una mujer que podría ser mi abuela esté en situación de prostitución.
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